lunes, 21 de noviembre de 2011

¿Adónde, adónde los dolientes ojos
vuelves? ¿Qué buscas? ¿o por quién exhalas
tanto suspiro de dolor y angustia?
¿Qué atiendes, di, que el respirar parando
el alma toda en el oído clavas
ansioso de escuchar? En vano, en vano
anhelas por oír: la quieta noche
a los mortales con su sombra encierra,
y acalla al mundo que tranquilo yace
en un mar de silencio sumergido.
Mas ¡ay! ¿cuál son tan a deshora turba
la silenciosa paz de las tinieblas?
¿Y cesa, y vuelve a resonar, y para,
y resuena otra vez? Llora, sí, llora
tu amarga soledad, oh triste amiga,
gime, lamenta sin cesar; tu pecho
se parta de dolor, y al labio envíe
el ay de la amistad desesperada.
El bronco son que tus oídos hiere
es la trompeta de la muerte, el doble
de la campana que terrible dice:
«Fue, fue tu amiga. La que tantas veces
te vio, y te habló, y en sus amantes brazos
tan fina te estrechó, y en tus mejillas
su cariño estampó con dulces besos,
la que en su mente consagró tu imagen,
y en cuyo corazón un templo hermoso
te erigió la amistad do siempre ardía
tanto y tan puro amor, ya por las olas
fue de la eternidad arrebatada;
ahora mismo a su cadáver yerto,
en estrecho ataúd aprisionado,
alumbrarán con dolorosa llama
tristes antorchas del color que ostentan
las mustias hojas que al morir otoño
del árbol paternal ya se despiden.
Ahora mismo yacerá en la cima
de la tumba infeliz, hollando lutos
negros, más negros que nublada noche
en las hondas cavernas de los Alpes.
En torno de ella, y apartando el rostro
de su espantable palidez, sentados
compañía a harán los que otro tiempo
tal vez colgados de su voz, pendientes
de un giro de sus ojos, estudiaban
su voluntad para servirla humildes.
Ésta será ¡ay dolor! la vez postrera
que la visiten los mortales, ésta
su tertulia final, y último obsequio
que el mundo la ha de hacer. Sí; que esos cantos
con que del templo la anchurosa mole
temblando toda en rededor retumba
su despedida son, son sus adioses,
el largo adiós final. ¡Oh tú Lorenza,
ven por la última vez, ven, ven conmigo
y a tu amiga verás, verás al menos
el cuerpo que animó, verás reliquias
de una nada que fue! Mira que tardas,
y nunca, nunca volverás a verla,
nunca jamás; que ya sobre sus hombros
cargaron los ministros del sepulcro
el ataúd, y marchan, y descienden
con él a la morada solitaria
del oscuro no ser. Allí en los muros
cien bocas abre la insaciable muerte
por donde traga sin cesar la vida,
a ti, ¡oh Quero infeliz! ¡oh malograda!
¡oh atropellada juventud! Caíste,
bien como flor que en su lozana pompa
hollada fue por la ignorante planta
de un pasajero sin piedad. Caíste,
ya otro rastro de tu ser no queda
que las memorias que de ti conserven
los que te amaron. Pasarán los días,
y las memorias pasarán con ellos;
y entonces ¿qué serás? El nombre vano,
el nombre sólo en tu sepulcro escrito,
con que han querido eternizar tu nada.
Tirano el tiempo insultará tu tumba,
con diente agudo roerá sus letras,
borrará la inscripción, y nada, nada
serás por fin: ¡oh muerte impía!
¡oh sepulcro voraz! en ti los seres
desechos caen; en ti generaciones
sobre generaciones se amontonan,
en ti la vida sin cesar se estrella,
y de tu abismo en la espantosa margen
el tiempo destructor está sañudo
arrojando los siglos despeñados.
¿Qué son ahora los primeros días,
la edad primera de la tierra? ¿en dónde
las que fueron después hoy hallaremos?
¿Sesostris dónde está? ¿dónde el gran Ciro?
¿Babilonia y Semíramis? Pasaron
cortando el tiempo, cual veloz saeta
que el aire hiende sin que rastro alguno
deje de pasar. ¿Qué son ahora
los Césares, los Jerjes, los Timures
los héroes famosos de la Grecia?
Voces y nada más. ¿Y qué es el siglo
que acaba de expirar? ¿Y qué es el día
de ayer, el de hoy en lo que va corrido?
Muerte en verdad; que cuanta vida el tiempo
nos ha llevado en el sepulcro yace.
¿Es tan breve el vivir? ¿y el hombre insano
en hacerse infeliz sólo le emplea?
Como en airada mar la frágil nave
luchando entre borrascas horrorosas
corre perdida sin timón ni velas,
y en pos el huracán desenfrenado
la va acosando en bárbaros embates,
ora a las nubes las bramantes olas
la arrojan, y ora con terrible estruendo
la despeñan, rompiéndose, al abismo;
y ya anegada con salobre muerte
llora su perdición, y ya un fracaso
mira seguro en la enriscada costa
donde a estrellarse va: tal es el hombre
por el mar de la vida navegando.
Siempre a merced de sus pasiones corre
entre tinieblas y borrascas tristes
en eterna inquietud, allá en el alma
hondamente clavada la amargura,
y la zozobra y el crüel fastidio,
y desesperación; sin que los ojos
vuelva jamás al relumbrante faro
de la pura razón. En cada instante
vota acogerse a su sagrado puerto,
y a cada instante, quebrantando el voto,
se aparta más y más; y a nuevos mares
se confía, y a míseros naufragios.
De ilusión a ilusión, de sombra en sombra
va deslumbrado, con ardor abraza
mil fantasmas de bien, y ellas le burlan
deshaciéndose, y halla el miserable
ansia y dolor donde esperó contento:
y vuela deslizándose entre tanto
la vida, y se le escapa, y el sepulcro
le sale al paso, y ¿qué vivió? Cien voces
oigo que salen desde el centro frío
de los sepulcros que tormentos dicen.
Tormentos claman las doradas urnas
donde descansan las cenizas regias;
tormentos claman las inmundas hoyas
donde la plebe amontonada gime,
tormentos las pirámides erguidas
que en sus entrañas cóncavas tragaron
cien dinastías del perdido oriente;
tormentos, tormentos desde el norte
al mediodía, desde oriente a ocaso
toda la tierra sin cesar repite.
¿Dónde estás, dónde estás, soberbia tumba,
tumba olvidada del atroz guerrero
a cuya alta ambición venía estrecha
la inmensidad del tiempo y del espacio?
Tumba del Macedón ¿dónde te escondes
que no dices "aquí"? Tal vez ahora
darás abrigo a las cansadas yuntas
de algún humilde labrador honrado;
tal vez la tierra que te henchía cubre
una choza infeliz, y las reliquias
del famoso Alejandro son paredes
de algún pobre pastor, no conocido
de otro mortal que de su tierna esposa,
y de su perro y de su fiel ganado.
Él es feliz en su pobreza oscura,
y tú fuiste infeliz en la abundancia
de tu hambrienta ambición. Él sus deseos
por la necesidad de cada día
mide, y prudente la natura acalla
con lo que fácil la razón exige.
Así contento lo presente goza
sin olvidarlo por correr ansioso
a encontrar a mañana, y a perderse
allá en un porvenir que nunca llega.
Y tú ¿qué fuiste, vencedor del mundo?
tú, de soberbia y ambición hinchado,
tú, que sangrientas lágrimas vertías
temiendo atroz que la paterna espada
nada en la tierra te dejase libre
que poder oprimir, ¿fuiste dichoso?
Las victorias del Gránico y del Iso,
Persia a su carro triunfador atada,
cien tronos de Asia, el Asia estremecida
a un mover de tu pie, la tierra entera
arrodillada de tu nombre al eco,
tanta potencia, tanta gloria ¿acaso
pusieron coto a tu ambición? ¿No hallaste
por siempre un más allá que las entrañas
te roía doquier, y cada gloria
te presentaba desabrida y triste
desde el punto fatal en que era tuya?
¿Cuál fue tu vida? Nunca lo presente
existió para ti, que adormecido
vivías en los sueños de esperanzas
desterrado por siempre en lo futuro.
Para ti lo pasado fue un tormento,
un estímulo más, que te arrastraba
a deseos sin fin, a largos planes
de guerras y victorias, y ruinas
y perpetua inquietud. Pues, ¿cuándo, cuándo
viviste? ¿Cuándo del feliz reposo
gozaste, y de la paz y la bonanza
de las pasiones, y el alegre cielo
de un inocente corazón tranquilo?
En el sepulcro, en el fatal sepulcro,
y sólo en el sepulcro descansaste;
los mortales sólo allí descansan,
que raros son los que en vivir insanos
de Alejandro no imitan el ejemplo.
Si es tal la vida, ¿para qué lloramos
a los dichosos que al tranquilo puerto
llegaron de la muerte ya seguros
de este mar de dolor que aquí nos cerca?
Y si es justo llorar, ¿por qué así estéril
en lágrimas se pierde nuestro llanto
sin que aprendamos a vivir felices
en la escuela sublime del sepulcro?
Enjuga ya, desconsolada amiga,
tu llanto de dolor, y atenta escucha
de tu amiga la voz. No ha perecido
tu amiga para ti, que vive y te habla
desde su tumba sin cesar, y dice:
«Mira del hombre la fatal carrera,
mira del hombre el paradero infausto.
Aquí ya para siempre se aniquilan
las grandezas del mundo, aquí se espantan
los sueños de la gloria, aquí los vientos
de las pasiones se echan, y se borra
el vaho del vivir, y el hombre es nada.
Vendrá el trance cruel, vendrá, oh amiga,
en que desciendas a la eterna noche
a acompañar mi soledad. ¡Aleje,
aleje el cielo tan fatal instante
y cada nuevo sol más despejado
el horizonte ensanche de tu vida!
Pero al fin ¿qué será, y encierra un siglo
el más largo durar de su carrera?
Sólo un pestañear, volviendo el rostro
verás tu muerte a tu nacer tocando.
¡Ay! a lo menos, pues el plazo es breve,
no, no le acortes suspirando ansiosa
por otro día, y sin cesar por otro;
porque es nunca vivir, es vivir muertes,
jugar este hoy por el mañana incierto.
Lejos, lejos de ti las ilusiones
que al mísero mortal le van llamando,
y las sigue, y se apartan, y engañosas
tendiéndole los brazos, le enajenan,
y le venden por fin, pues al sepulcro
le atraen, tropieza, cae, y ellas huyeron.
Lejos de ti las bárbaras pasiones
que en torbellinos de dolor arrastran
a los esclavos que las sirven ciegos,
y su fortuna de su mar confían.
¿Qué es la ambición, la vanidad, del oro
la frenética sed? ¿qué, los deseos
de una imaginación desenfrenada,
de un enfermo corazón? Errores,
y el error es un mal. ¿Quién en la tierra
fue dichoso jamás llorando males?
La razón, la razón: no hay otra senda
que a la alegre virtud pueda guiarte
y a la felicidad. Por ella fácil
tus deseos prudente moderando
aprenderás a despreciar el mundo,
la gloria y la opinión, preciando sólo
lo que inflexible la razón aprueba.
Así constante vivirás contigo,
vivirás para ti, y harás más larga
la próspera carrera de tus años,
porque al fin vivirás. ¡Oh cuál me gozo
al mirarte feliz en la grandeza
de tu alma pura! Superior al cieno
de este mundo infeliz, ni los desastres,
ni la persecución, ni los dolores
te podrán abatir; ni la fortuna
podrá mellar tu espíritu de bronce
con sus brillantes dones mentirosos.
¿Qué puede dar la mísera fortuna
que no posea quien felice goza
una sana razón? ¿y qué desgracias
ha de temer quien el mayor deseo
de una conciencia irreprensible y pura
dentro del corazón lleva escondido?
¡Oh Lorenza, Lorenza! ¡oh tierna amiga!
¡Adiós, adiós! Desde el dichoso instante
que allá en Pisuerga te juró mi pecho
una eterna amistad ¿falté por suerte,
falté, responde, a tu veraz cariño?
Siempre has vivido en mi memoria; siempre
ardió por ti mi corazón sincero;
siempre mis labios te dijeron finas
palabras de amistad; y eternamente
con mis consejos te probé y mis obras
la verdad de mi amor. Bajé al sepulcro,
y él conmigo también; aquí a tu Quero,
si es que un recuerdo para mí te queda,
por siempre encontrarás; de noche y día
y en todas partes te hablarán mis labios,
te hablarán la verdad. ¡Oh nunca apartes
tu oído de mi voz! Adiós, amiga,
adiós, adiós: la eternidad te espera